La hepatitis E es una enfermedad hepática causada por el virus de la hepatitis E (VHE): un pequeño virus con RNA monocatenario positivo.
El virus se excreta en las heces de las personas infectadas y entra en el organismo humano por el intestino. Se transmite principalmente a través del agua de bebida contaminada. La infección suele ser autolimitada y se resuelve en 2-6 semanas, pero a veces causa una enfermedad grave, denominada hepatitis fulminante (insuficiencia hepática aguda), que puede ser mortal.
La hepatitis E es causada por un virus RNA de transmisión entérica y causa síntomas típicos de la hepatitis viral.
Hay 4 genotipos del virus de la hepatitis E (HEV). Todas pueden causar hepatitis viral aguda.
Los genotipos 1 y 2 generalmente causan brotes hídricos que están vinculados a la contaminación fecal del agua potable y la transmisión fecal-oral de persona a persona. Se han producido brotes en China, India, México, Pakistán, Perú, Rusia y centro y norte de África. Estos brotes tienen características epidemiológicas similares a las epidemias por el virus de la hepatitis A. También se producen casos esporádicos.
Los genotipos 3 y 4 suelen causar casos esporádicos en lugar de brotes. La transmisión se efectúa por los alimentos y puede involucrar carne poco cocida o cruda; se informaron casos asociados con el consumo de carne de cerdo, ciervo, y mariscos.
Originalmente no se pensaba que el HEV causara hepatitis crónica, cirrosis o estado de portador crónico; sin embargo los informes documentan la hepatitis E crónica por genotipo 3, exclusivamente en pacientes inmunocomprometidos (incluyendo receptores de trasplantes de órganos, pacientes que reciben quimioterapia contra el cáncer, y pacientes infectados por el HIV).
La hepatitis E puede ser grave, especialmente en las mujeres embarazadas; en ellas, el riesgo de hepatitis fulminante y de muerte se incrementa.
Los casos de hepatitis E no se pueden distinguir clínicamente de otros tipos de hepatitis víricas agudas. Sin embargo, el diagnóstico puede sospecharse en entornos epidemiológicos propicios, como cuando hay varios casos en localidades de zonas endémicas, cuando hay riesgo de contaminación del agua, cuando la enfermedad es más grave en las embarazadas o cuando ya se ha descartado la hepatitis A.
El diagnóstico definitivo de la hepatitis E suele basarse en la detección en la sangre de anticuerpos IgM específicos contra este virus, prueba que suele ser suficiente en zonas donde la enfermedad es frecuente.
Otra prueba es la reacción en cadena de la polimerasa con retrotranscriptasa (RT-PCR), que detecta el RNA del virus de la hepatitis E en la sangre o las heces, pero necesita laboratorios especializados. Es especialmente necesaria en zonas donde la hepatitis E es infrecuente y en casos con infección crónica.
Se ha desarrollado una prueba para detectar antígenos del virus en el suero y se está estudiando su utilidad en el diagnóstico de la hepatitis E.
No existe ningún tratamiento específico que altere el curso de la hepatitis aguda. Como la enfermedad suele ser autolimitada, generalmente no es necesario hospitalizar al paciente. Sin embargo, la hospitalización es necesaria en pacientes con hepatitis fulminante, y también puede serlo en embarazadas sintomáticas.
Los pacientes inmunodeprimidos con hepatitis E crónica se benefician del tratamiento con ribavirina, un antivírico.
-La higiene personal adecuada y las precauciones universales tradicionales pueden prevenir la transmisión fecal-oral de la hepatitis E.
-Hervir el agua parece reducir el riesgo de infección.
-Debido a que la transmisión de persona a persona es rara, no está indicado el aislamiento de los pacientes infectados.
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